Aquí llega un sueño. Como sube a veces
la marea en los diques del Claddagh. Estás ahí
y quieres creer que también se vive en él. Quizás
ahí está lo que falta a la vida para ser más real,
porque el alma cansada de ser llamada por el mismo lado
no se siente viva y solo alcanza a fingir
que de joven que se siente segura
al darse cuenta de algo que pronto
se disolverá entre sus manos. A fingir que es bueno
que el hombre llame vida al darse cuenta
de esa disolución. Que el viejo llame vida
al darse cuenta del darse cuenta. Pero lo difícil de explicar
solo justifica al que no ama. No aceptes aquí
esa náusea de torbellinos cremosos, pues la tierra
vuelve a moverse. Ahí estás. Y el desconocimiento
es ahora tu esperanza. Ten paciencia. No tienes
nombre ni rostro. Y no debo decirte
que cansa vivir así cuando las palabras son la torre
y el cielo. Estás ahí y dices: «Voy a convertirme
en el embrión del polvo y voy a esconderme en su vida
y seré un latido del que no se dará cuenta».
Y hecha sola una luz con todas las formas
brota la savia lechosa del tallo cortado:
solo quieres estar con alguien y en silencio,
estar por encima de la muerte, por encima de la soledad
compartiendo la promesa de un interior que nunca llega. Intimidad
de muebles cubiertos con sábanas. Nada que te haga sentir
el vértigo del abismo de pertenecerse. Y está bien.
Si sales de ese camino, más vale que intentes volver. Niégate
a perder la senda y ya no verás la pérdida, sino la desintegración
de las cadenas. Vive el dolor de la anarquía de la soledad
como una ciénaga negra que se atraviesa temblando. Cada alma
es un temblor igual. Y si amanece ya no veas la luz
extenderse, sino acumularse. El mundo
no se descubre nuevo cubierto por la nueva luz,
solo tu alma es capaz de convertir cada imagen
en una pasión perpetua. Porque la necesidad
no sabe dónde brota. Y aquella locura compartida
tuvo miedo de sí primero en un lugar
y luego en todos. Pues quien se conserva sin heridas
tiene el miedo de no haber vivido lo suficiente
y sabe que los demás sienten que hay una enseñanza
que les sepulta en cada paso. Les sepulta en la luz.
Debes ir allí con tu gente. No son las estrellas,
no es el cielo, no es la naturaleza salvaje
ni el orden de la generosidad. Es el destierro,
es donde el alma nunca encuentra su descanso
si no es junto a otra. No son los sentimientos
protegidos por una frágil alegría, es
la eficacia del tiempo al hacernos morir.
Es la manta, es la lámpara. No tuvieron tiempo
de recoger nada. Encontraron las cosas como estaban
cuando les llamaron. Les llamaron. Hay
una torre de palabras que se pierde en el fuego.
Los muertos son columnas de oro.
Estás condenado, pero
tu desconocimiento, si es puro, encontrará
algún día un nuevo cuerpo.
Algo fuimos. El cuerpo antiguo. Olvido. Olvido.
Mírate, estás desesperado
pero todo lo que ves te da paz. Sabes
que estás desesperado porque buscas.
Dónde está esa sentencia, dónde
esa cumbre de leyes, ese gran macizo
de normas que hoy guardan silencio sin saber
lo que provocaron. Y no vas a esperar
a la nueva poda de los frutales
de esta ladera. Toma el camino que baja al río y allí verás
la imagen de lo que somos en el último instante.