Venir al mundo … una y otra vez … y cada vez para siempre.
— E. Canetti
Necesito romper
mis palabras. Formas ocultas
por las formas. Desaparecer entre
remolinos descomunales de vida.
Sin palabras,
ver desde fuera, porque los nombres olvidados
son ya un racimo.
Constantemente se gasta la eternidad
en la generación del tiempo
que se añade torpemente al destino. Así crecen
las ramas del corazón visible. Y la vida son
tambores de luz que explotan.
En las noches de la sutura. Alejarse de este mundo
de verdades únicas pronunciando
cada palabra como un adiós al querer solo una cosa,
al apostar por un único número, por la exactitud devastadora
que duele como duele un número concreto de fiestas y amantes,
llanura en la que ya de entrada estaba claro el valor
de lo impronunciablemente quieto. ¿Cuántas
celebraciones quedan? Ni siquiera importa. Apenas necesito
que Dios me haga capaz de no añadir otra palabra.
La palabra no dibujada en el cielo. Explicaciones tardías
de los fenómenos intersticiales. Hay una verdad
sobre todas las cosas. Gotas irremediables de rocío
que te arruinan.
Datos guardados en una memoria difusa. Ver en el cielo
la palabra de la creación donde tus labios encontraron
el vacío perfecto. Ser el animal mudo
que reza con su piel y con su temperatura.
Dónde están las fuerzas, la salud y el tiempo. Dónde
los que murieron, los que se fueron, los que dicen estar.
Donde se derrumban los mundos creados
por causas innecesarias. Como si la belleza del mundo fuese también
el fruto de un rechazo. Como si la vida fuese el resultado
de una única capacidad. Así como arden
los remos en el agua.