With the slow smokeless burning of decay
— Robert Frost

Quizás es por pensar que quizás así
las cosas resisten en sus primeras formas,
y que al entender el mundo atravesado
por una cadena de seres intermedios
nunca ocurre nada y nada queda sin ocurrir,
pero cuando una tarde entre
en tu corazón por el oeste, no lo dudes, dilo
aunque cueste, ya que hay que darlo todo
por la única verdad que uno comprende. El silencio
es la montaña, mi gran roca, confieso
la constancia de su dureza, porque es a la vez
un límite y una cumbre. Dilo, ante ese silencio esa palabra
ni me condena ni me libera, cuando entre por el oeste
la radiación herida del sol calcinado no lo entenderé
como un último grito que me acompaña, sino un grito
que pasa a mi lado buscando a otro hombre. Las cosas
quedan como estaban y las noches, elevadas al estado
de una superior permanencia, son lo que guarda y lo guardado
pues con su negro torrente de felicidad solo nos hacen entender
la lección del sueño compartido. Quien guarda el secreto
de la felicidad de los seres de paso guarda la sublime ironía
de las noches en las que los cuerpos convierten su desnudez
en el disfraz definitivo de las penas. Sueño, al fin y al cabo,
la dureza de los nombres, la opacidad de la belleza.