Quién puede
ser bueno cuando la bondad es una debilidad
o una acusación. Algo dentro
que nunca sale. Que se estanca cuando se habla
procurando no dejar
una huella innecesaria.
Dicen que no forma parte de la negociación
del deseo. Pero aún es reciente una fascinación
enfermiza por la violencia. Ahí subyace
una serie de malentendidos cuando el derecho
alude a cierta situación de desventaja
que debe mantenerse. La agonía
de convertir lo especial en
una imagen. Y la imagen en una señal
corpulenta. Así lo innato
supera a lo nacido. Ocurre de repente,
queda claro que no fue buena idea dedicar un afecto
a lo que no merecía más que un interés temporal, pero
era una pasión compartida. No cabe dudarse
y la banalidad de la seducción
ahora se proyecta sobre lo que intentas amar.
Aquellas promesas de éxito. No sabemos si lo que duele
es el fracaso o la banalidad del triunfo que perseguimos
cuando siendo esclavos de los signos
intentamos ejecutar un deseo. Representar
el deseo de un deseo. Eso se contagia
entre otros que quieren disfrutar
de esa liberalidad agónica que duda
entre la perdición o el castigo.