Podías verlo todo, sentirlo todo, comprender
las escarpadas laderas de su misericordia,
la mala dulzura de sus callados zarpazos,
y el tiempo que tardó en darse cuenta
de tu mala predisposición a la quietud,
del rebajado precio de tu presencia.
Porque eras el cáncer de las casas, las goteras,
el tiempo y la inquina. Eras la lenta maceración
de los techos, la irreversible putrefacción de las vigas,
la rotura de todos los cristales. Eras todo eso,
pero como un caballo que relincha en cada valle
y en cada montaña. Como una estrella despojada
de su brillo en cada aire, como una rebelión de tiempo
secretamente escondida en cada reloj.
Sabes que puedes hacer de cada mirada
el vértice de una transformación histórica,
de cada abrazo el sudario de todos los perfumes
y todas las legañas. Porque derramas la noche
hacia los cuatro vientos. Pero oíste
unas palabras cuyo significado caducó tan pronto
que su pronunciación quedó en tu alma
como una mera miel vacía. Ten en cuenta:
cada átomo es una palabra, y cada palabra
una madrugada sin despertarte ya. Tu ausencia
es es el lenguaje que desafía la validez de los signos
y tu existencia los límites eternos de la libertad profunda.