No quiero saber de qué intima infancia proceden esas risas,
de qué deseo eterno soy carencia permanente ni qué
muchedumbre de flores poliniza esa soberbia eternidad
cuando no duermes conmigo. Qué equilibrio de razas conviene
al espesor exacto de tu piel si ya eres una nueva especie
en el árbol infinito de las sangres. Yo nunca te diré
por qué hay formas del rito que descienden a la hermosa
vaguada de la vida cuando otros roces cierran
la casa hermana de las carnes. Jamás diré por qué se agotan
las extrañas sensaciones terrestres, por qué la piedra
es lo que descubre los brotes de la yedra y el barro viejo
lo que aún ampara los restos de las nuevas inundaciones.
Callaré el más terrible orgasmo de tus huesos. Seré el rayo
y el viento de todas tus navegaciones, los rotos baúles
de tu sinceridad y de tu calma. Soy los niños, soy la lucha,
soy una corona de odio que resplandece a oscuras.