No quiero entender mi cuerpo ni mi alma, quiero dejar que se esclavicen mutuamente, como siempre han hecho. Cuanto más los desconozco más claramente me veo.
No quiero conocer la naturaleza. Quiero ser completamente ajeno a las leyes de la vida y a las de la muerte. Que nadie lamente mi apatía, los muertos en la vida somos también los vivos en la muerte.
No busco mi lugar en el mundo. Quiero ser un mundo sin lugares. El reloj sin tiempo que marca la eternidad del relojero.
No quiero entender lo que provoca que unos seres sean amados y otros odiados. Me basta con sentir amor y odio como los vientos y navegar a la deriva hasta la calma de la indiferencia.
No quiero conocer las leyes del triunfo ni las del fracaso. Cada triunfo esconde infinitos fracasos, cada fracaso infinitos triunfos. Es evidente.
Tocas la herida. Duele. Y no sabes si el problema es la herida o el dedo.
Por eso no quiero recordar a nadie. No soy un fabricante de máscaras. Dejo que se mezclen los rostros, los ecos. Me dan igual las gentes, las plantas o las piedras. Solo recuerdo un acorde, un único sonido dentro del cual está todo.
Hay una pared dentro de otra pared. Una membrana dentro de otra membrana. Eso es lo primero que recuerdo y sé que sigo siendo eso.