Brotaron sobre la tierra numerosas cabezas sin cuellos, erraban brazos sueltos faltos de hombros y vagaban ojos solos desprovistos de frentes.
— Empédocles de Acragas
No teme la vida
quien pone la tierra estéril
en una bandeja de oro, quien hunde
entre lo pobre sus ganancias.
Así, en el paraíso, la abundancia
canta en bajo rodeada
de mirlos silenciosos.
Y aquí las destrucciones cantan
leves, pero tozudas como el amor
no compartido.
En este camino
que va hacia el bosque
no teme los nombres
quien pierde la palabra.
En este camino que va hacia la nada
el aire es el oasis del desierto
de las grandes aspiraciones. Y la luz,
más que un simple escudo frente al odio.
En este sendero que baja al río
hay ramas puras que tejen un palacio de sombras
y a esta orilla el tiempo pasa y aún se oye
un eco de voces quebradas. Aún está el alma tranquila
en el infierno de las malas compañías.