Salvarlo todo, tarde tras tarde
cuando la historia ya descuenta
el coste de las malas murallas
y la fragilidad de fondo es un mar inmenso
que se corresponde
con la verdad de las fuentes,
con la rectitud de las calles,
con la profundidad de las tumbas.

Esa precariedad sustituye
el esfuerzo del sueño, la sangre filtrada por los ritos
en esa cadena alimentaria que necesitó iglesias,
sacrificios, romerías y aquelarres. Vida que quería escapar
de sí misma. Y ahora tú eres la vida de los que no quisieron vivir
y se mataron llevando impreso en sus ojos el futuro. Eres también
los muertos de un número sin fin de enfermedades
y guerras. Mi vida no está a la altura de tantas muertes
y fracasa ante la claridad de los gritos que aún oigo
y del miedo que heredo y que es mi gran hacienda,
este ridículo latifundio de palabras y dioses.

Tu paciencia fue mi casa. Mi única casa.
y hoy quiero ser tú frente a los pueblos enemigos,
ser tú en el centro del cristal, pues estoy seguro
de querer algo que tienes dentro de ti.

Ha alcanzado tu voz el centro de
este cuarto. Esa vibración,
ese kilómetro de nuestro cuerpo
que es como una raíz que persigue su néctar.

Es la periferia de todas las edades. Ahí,
llueven la miel y el néctar. Es una membrana
que ahora se abomba como una gran vela vegetal, una membrana
en la que se dispersan las más extensas formas del opio.

Malos diques para las nuevas crecidas. En cada culpa
hay una vida que dejamos de vivir. Pero, ¿por qué creo en ti
si ya no eres tú? Porque no importa que cambies, no importa
que te desprendas una por una de tus virtudes. No eres lo bueno,
eres la fuente de la vida y del tiempo. Descúbreme sin cuerpo
en el paisaje de los campos perdidos, en una acequia,
en la clandestinidad de las algas y el barro. Por ti aprendo a existir
pues no sé respirar si no respiras,
si no veo con estos ojos de yeso el mismo aire y la brisa
en la que los climas rigurosos se ablandan. Ciego conozco
lo que verás tras la muerte y por eso, cuando te pienso,
me siento capaz de resucitar.

He pisado de nuevo esta tierra roja. La incertidumbre
siempre fue más que toda esta realidad triste y completa.
Pero mientras tú existas bajará la luz mansa cada tarde
rodeando el día por un lado, como rodea el camino
el lago y el cerro. Rodearán tus manos de nuevo las cosas
quedando templado tu lugar en una cama.

Este será el vuelo entumecido de mis alas
después de tantos siglos, como una cascada
de piedras. Y el vuelo equivocado de tus ojos
al ver lo que no tocas, lo que ves
detenido entre tus yesos primordiales,
eso que permites en tu vida sin saber
que levitamos como orugas voraces
que se retuercen incansablemente
en el aire. Siento que tu voz aún está ahí.
Tus palabras son un milagro y ya eres
la forma exacta del destino de tantas cosas,
de una verdad estrictamente fiel a sus pasados,
la simultaneidad de todas las presencias,
la obsesión por encontrar cosas perdidas
entre antiguas figuras de terracota que adoptan
todas las formas posibles del tesoro.

Voy a recurrir a la distracción más ínfima de los cuerpos,
a asegurarme de que fuiste amada por un hombre rico,
por un hombre fuerte y por un hombre sabio. A otros nos queda
la verdad de amar el vacío inconfundible de una hoguera con nombre,
el consuelo de saber que tus restos siguen subiendo los peldaños
y que en el fondo de esas fiestas donde el fuego vale
para los panes y para las carnes
también ella se pregunta
quién invitará a ese muchacho extranjero
que nadie conoce. Todos celebrarán
que disfruta los mismos manjares,
que en tierras lejanas conocen
pocas alegrías distintas. Todos descendemos
del mismo hueso quemado y del mismo barro,
pero aún dentro de esa comunidad
las calles no son más que la soltura de unos pasos.
Así caduca la vida de otro hombre sin virtudes,
vidente de mis destrozos, ser vulgar
en su pereza irremediable.

Allí desembocan la fealdad y el deseo.

Incinérame.

Descríbelo, tú, vidente
de este llegar tarde. Allí gozan los barcos del caudal
de todos los destinos. Viejo hijo del despertar
que sintetiza y elimina otro elemento más puro.

Estas lágrimas de opio van a fundirse
con todo mi tiempo y van a liberar
cientos de barcos de yeso. Llorar es bello
porque esa lágrima lame tu piel
desesperadamente como el cordero
que nace al anochecer. Un ser simple
que se pregunta por qué se va la luz tras verla.

Llorar es bello porque ese agua contiene en su caudal
todos los logros y todas las mudanzas, y ya
su humedad ahoga eso que en otros lugares
es rutina y tedio. Después de tantos siglos
eso aún cuenta. Todo secreto destrozado
se convierte un día en un sueño perpetuo.

Pero nadie demostró la inmortalidad de esos líquidos.