Hoy es el día de la resurrección,
la carretera está llena de gente
y no sé a quién buscar. El afecto que sienten los demás
es más intenso que el mío. Parece que he resucitado
para sentir lo muerto. Los demás me invitan
a compartir su alegría. La carretera
está llena de gente que no canta porque la música
es triste comparada con esa alegría pura. Pero
yo comparo esa alegría con una fosa, la resurrección
con un juego de espejos que añade nada a la nada
pues en estas romerías hay siempre un ángel ausente.
Hoy son las formas lo huérfano
las que empapan el aire con una mansa clandestinidad
de imágenes precisas. Vi a mi padre hablar
y a mi madre coger flores. Mi madre ponía flores
en las palabras que él luego enterraba
en la era. Aquella visión me hizo saber
que nunca naceré, que no existo,
que aquella delicada perfección
no me necesitaba ni me necesita.
Cualquier secreto destrozado se convierte
en un sueño perpetuo. Nada constatan mis ojos
que no haga inservible mi mirada. Después de un abrazo
y después del tiempo, después del aquel ayer
ya nada. Ya todo. Ya desembocan las hondas marejadas
en la nueva temperatura de esta noche amplia.
En aquella pesadilla yo hablaba y hablaba
pero cuanto más hablaba
más se separaba la vida de las palabras,
más razones tenían los que me oían
para marchar buscando otras palabras.
Vi tus manos y las llamé tacto,
y luego al tacto lo llamé bóveda. No sé distinguir
entre un nido y una corona de piedra.