Quiero hablar
como si no existiese
ni el deseo ni el lenguaje,
expresar lo que provoca
lo imposible y lo que rinden
las cuentas pendientes con la vida.

Quiero vivir allí donde no hay esperanza
para entender las leyes del tiempo
y sus censuras. Leyes de la negación,
leyes de los mecanismos íntimos
del desastre.

Tus ojos son mi reyerta y quiero vengarme
de todo lo roto y todo lo madrugado
por esos rayos tempranos de insomnio. Negaré
lo que hice para alcanzar el reposo,
la mansedumbre, pues aún soy capaz
de disimular lo que se arrastra amado entre las venas,
capaz de negar que ese corazón late para dar la razón
al destino y a eso que aún pasa al margen del tiempo
coronando el beneficio del abandono
con turbias y arañadas nubes. Querer proclamar
con la miseria y el odio la cabal conveniencia
de lo que luego amaste. Querer quedar para siempre
por debajo, descartar la rabia y sus oscuras pleitesías
como formas de esos reinos inferiores
en los que eternamente sobrevive,
con todos sus derechos,
la vida.

En el otro lado del mundo ser
la fuerza perdida de lo que logro desear,
el gozo miedoso de la carne imperfecta,
si he renacido entre rastros
delicadamente inscritos.

Seguir un camino sin querer para encontrar
una forma de amar que no pertenece a nadie,
que no pertenece ni a la razón ni al tiempo,
y por eso me encontré perdido y triste
entre lo que renace. Y llego
a donde ocurren las pérdidas
y aquí mendigan mis uñas
la templanza de entender
que ganar y perder son figuras misteriosas
en el espejo de la muerte.