He querido morir mil veces cada vez
que siento dentro la memoria de tu voz,
morir sintiendo la plaza de tus palabras,
el amanecer exacto que engloba todas las horas.

Ser como esa luz
que desciende de una miel.

Ser todas
las fuerzas incomprendidas, ser
todos los cuerpos
rozados y disueltos

con todas sus agonías y todas sus paciencias.

He querido quedarme en ese instante,
solo aquí el mundo es muchos mundos.

Solo aquí mi vida es otras vidas, algo
que no aprieta. Como se desata la luz
entre las hojas que se mecen en el más apretado
desalojo del aire. Como naufragan las advertencias
tardías de lo que en la lumbre arde hacia dentro.

Voy a adornar con mis palabras el olvido
de quien sabe lo que es estar a tu lado.

Ser todas las rosas

y todos los claveles.

Toda la música de las flores normales.

Querer tardar como los árboles,
sedente. Como los ríos en los que desembocan
las lenguas muertas. Solo somos fieles a la verdad
y a los primeros sueños. Y eso me permite jurar
que el tiempo a tu lado es mejor
que un animal manso.

Solo tenemos tiempo para compartir la verdad
y la medida del tiempo nos descubre
el tamaño de la verdad en el mundo.

La verdad es la presencia.

Sólo quiero desear como si hubiese
una fuerza perdida
entre todas las fuerzas comunes
de la locura. Solo desear
el último resto, la última energía
de la última flor
tan pura.

Pero creo en ti sin esperarte
aún si sé que de mí no quieres
la creencia y si la espera. Y es
que yo tampoco quiero tu creencia
y sí tu espera. Esa espera como el centro
de una rosa blanca,

como luz en el fondo de las crines,
de lo que cabalga en el fondo de mi alma.

Mismas geometrías exactas
donde el tiempo no se detiene,
donde lo que se expresa
es siempre una despedida

y no puede serla.

El único regalo.

Hoy es cuando se añaden
las últimas fuerzas.

A lo común de todas las cosas.