Nada de oro, sino un metal sucio y equivocado,
es lo que se siente y lo que encuentra su conveniente
rectificación a tiempo. Sentir, esa inconsciencia
que nos vuelve en contra de nosotros mismos,
ya es lo que debemos evitar a toda costa. Sentir
es siempre una equivocación, un paso en falso
que nos aleja de la tranquilidad tal cual es
en el paseo glorioso de los domingos. Cuántas veces
se ha de oír que eso es un triunfo, cuántas veces
insultan al loco quienes jamás entraron
en el jardín de las locuras. Cómo puede entrar
en su delirio gris un extraño si ese delirio
se encierra con candado dentro de uno
como souvenir amarillento de una edad inconfesable,
o como semilla inextinguible del mal fatal que pone
en peligro todo, sin excepción. No hay confianza
que pueda surgir de un pacto. Porque la confianza
es la fuente de los pactos, no la inútil consecuencia
de los torpes empeños de las cláusulas y de las firmas,
no la conciencia mutua del destino, inevitable
pero compartido. No surge del fin ni del acuerdo
sino de una presencia que se vive desde la raíz
como se respira el aire primordial que viene
desde los principios del mundo todo.