Conocer qué, cómo demostrar
que las palabras son el delirio de un mundo
que nos es ajeno, cómo prolongar este silencio
sin sentir la fragilidad del cristal
donde se esconde
la noche interminable. Allí
donde se tiñen las vidrieras
del deseo, donde apaga el corazón
el fuego del infierno. Puede ser,
quizás solamente puede ser, que las raíces
rodeen los restos de una rabia, que la luna
nos parezca más bella entre los rizos del humo,
que los abrazos embalsamen la luz y la vida,
y que toda tardanza desemboque en una plaza
de paz y de viento.