Dar la cautividad del cielo donde la edad
no es una premonición, sino solamente
desencadenarse lo suave en las grandes
medidas del cielo. Hasta el cielo subir
ese torrente de paz cuya desobediencia
te llama, te entiende y te ama sin rendir
cuentas al orden, esa temperatura de la piel
irremediablemente exacta cuya nitidez
se distribuye en la capa más fina del aire
si el anochecer denuncia con toda su voz
la cautividad del cielo en este descanso,
en ese baile, en aquel apartado remanso
de un tiempo indestructible olvidado
ya para siempre por la muerte.