Hay una medida del ser humano que abre todas las puertas. Un paradigma que define las proporciones de los espacios y que, sobre todo, provoca una interacción con uno mismo. La normalidad ya no es una cuestión estética ni estadística, sino un estado de reflexión constante, una tensión interna que se está ejerciendo de forma simultánea en cada uno de los seres humanos. Son muchos los modelos de normalidad, pero la tensión es esencialmente única. Detrás de cada biografía hay un mismo zumbido de fondo cuya contorsión nos hace bailar lúgubremente, arrastrarnos entre oportunidades de ser la imagen sin fondo que nos legitima.

Una máquina en cuyo ritmo se mezclan el consumo, la palabra, los fluidos. En ella todo se transforma en todo. Hay un esquema memético que sincroniza todas las influencias, una ley social inexpresable que convierte todo lo social en un mismo latido: el fenómeno y su explicación se rigen por las mismas leyes ocultas, su diferencia de nivel solo existe en el plano de los fenómenos. La ciencia social es un hecho social como otro cualquiera. Y la sociedad nunca ha dejado de ser la sociedad de los cuerpos. La información no es más que una metáfora de todas las vísceras, todos los metabolismos, todas las temperaturas, todos los espejismos internos que nos empujan y agotan

Hay un lugar de mieles ocultas. Un depósito de sudor del que emergen nuestros pensamientos más simples. Un fondo de mielina, un temblor de la glía donde se forma una nube entre las mil membranas del hojaldre del tiempo. Hay un cajón de hechos que expresa posibilidades cortadas según la misma medida. Una prisión de voces que nos recuerda en cada momento nuestra naturaleza y nuestras obligaciones. No han cambiado, nuestra preocupación es la del primer protozoo, solamente ha cambiado la manifestación colectiva de esas necesidades, la forma de sincronización cósmica de las mismas. Pasamos de un modo de sincronización ecológica a un modo de sincronización mecánico. Pero la mecánica no es más que una lectura de la naturaleza, una interpretación de sus características y sus ritmos que expresa la simplicidad del ritmo originario y lo deforma para verterlo una y otra vez sobre sí mismo.  Abandonamos las cuevas para hacer casas [Abbé Laugier], pero las casas son la expresión de la cueva que es la técnica y la organización social que las fabrica. Una cueva de esfuerzos mecánicos extractores y transformadores, una cueva de role, nada más que eso. Cada objeto, cada estructura socioeconómica expresa fielmente el cobijo de la primera cueva y ceguera convulsa del primer organismo unicelular.

Una acumulación de metales pesados en el fondo de la tierra es lo que está detrás de cada vuelo. El pudrimiento masivo de todos los tubérculos es lo que está detrás de cada fragancia. Donna Haraway habla de “Chthuluceno”, el mundo de seres que no están sujetos a las mismas leyes de la naturaleza. Las leyes de la naturaleza en sí mismas son un organismo vivo. Las leyes de la naturaleza son un parásito que chupa la sangre del mundo.

La reflexión política es hiperpolítica. La reflexión estética es hiperestética. Cuando se llega a una zona de colapso aparece, en un caso, un totalitarismo blanco y, en el otro, un misticismo de las formas degeneradas similar al del aghori que habita las zonas de cremación. Una trata de aniquilar la sociedad tanto como la otra aniquila el yo. Por eso hay una diferencia ética entre hablar del mundo y hablar de uno mismo. Por eso hablar de política sin hablar de uno mismo conduce inevitablemente a una u otra forma de violencias. Y hablar de política para no hablar de uno mismo (es decir, hablando de política creyendo que uno así habla de sí mismo) conduce a la peor de las violencias: la violencia que legitima la aniquilación del otro. El síntoma: se hace de la política una cuestión de estilo. Se convierte en un atuendo, una piel, una piel, en el espejo que refleja un modo de apariencia que se convence a sí misma. Ese convencimiento crece invisiblemente. Cuanto mayor es la convicción de la realidad de una apariencia mayor es la deformación que se ha tenido que producir en el interior, mayor el pudrimiento de las primeras carnes, de la primera alegría. Cuando eso ocurre ya no hay nada que pueda convertirse en mensaje. Todo lo que es es lenguaje, la tribu tiene un único grito, un grito cuyo músculo es la dilación del gesto autorreferencial.

Anestesia. Amnesia. Un campo. Una marisma. La neutralidad de los ciclos. La restitución de la primera ley, del primer ser neutro. Lo ‘orgánico’ no es otra cosa que la expresión de la incapacidad de cada organismo para atender o digerir la totalidad de lo real. La incapacidad de la naturaleza para sentirse totalmente a sí misma. Una sucesión de corrientes que se persiguen y se entremezclan sin encontrarse, intentos por recuperar desde otro punto una esencia originaria. Lo orgánico es Dios luchando en vano por conocerse a sí mismo. Lo inmaterial es el centro vacío sobre el que todo gira.