Aquí queda la culpa que nada purifica ni esclarece,
el recital de una duda, como una piel espesa y cruda,
un surco bien trazado pero yermo, ya que en su hondura
nada conviene al cuerpo. El eco de una voz agria y mohosa
retumba entre paredes desquiciadas. Ahogada yace aquí
la fuerza del error y del destierro, la agonía sutil
del tiempo en retirada, la vejez y el miedo paulatino
de ser siempre alguien más y nadie para nadie todavía.
El fallo, lo no nombrado de la más agotada entraña
y lo perdido en su presencia, lo inundado, lo presente
en su pérdida, como esa voz tan callada que aún reza
oraciones de tardes tormentosas hasta que la nada
en su densa eternidad es nuestra orilla. Todas
nuestras desviaciones y todas las distancias son lugares
de paso. No para en ningún sitio lo que falla. Y los cuerpos,
irremediablemente marchitos. Lo que el único ojo desea:
prolongar el tiempo, dar al miedo un sentido natural
aunque no se pueda conceder por derecho esa virtud
tampoco al alma. Culpar. Bendito el miedo de la piedra
que es ceniza de templo universal, bendita holgura del fuego
en cuya entraña se siente consumada la más sagrada unión
de pasados y presentes. Porque hay siempre
un frío más allá del calor, un espejo que refleja
todo el olvido. Tú, ciclo material, que logras caer más lento,
cuidar de ti, incluso si no te reconoces, ya eres nadie
otra vez, ya soy nadie también, ya nos acercamos en silencio
y esto es la vida. Un dulce miedo secreto que nos une.

Cruzar la noche y hallar ese confín cuya sonrisa
es el aire, la bóveda, el planisferio, la verdad universal
sin cuya certeza no se coronan las cumbres en cuyas laderas
los hombres todavía pierden sus pasos hacia ella,
hacia una voz intacta y viva, como un dolor pausado
fragil como la mariposa, que es bella, en su destino
fugaz. Y si no dura más el aire respirable es porque proviene
de un pasado protegido por un halo de ausencia. Una cúpula,
una túnica, una tiara, una cita a ciegas. Todo lo que ocurrió
sigue ocurriendo, aquí llega su eco conveniente
aquí baño mis pies en la orilla de un pasado ajeno.
Supimos esquivar enjambres de besos vacíos,
sepulturas de cuerpos solo dispuestos a lo mismo.
Ahí sigue mi vieja culpa. Es un bloque de hormigón.

Dámelo. Que quede en blanco el tiempo amado,
si la caducidad de los llantos
resta dudas al alba. Si un nuevo día lentamente llega
como un denso río, con un ansia yerta y distinguida,
reticente, vendida, ajena a lo nuevo de la vida.
Un nuevo día varado y sin coraje, y aún
tumbado a tu lado. Mi mano sobre tu torso
solo es la flor de un muñón, el vendaje
de un insomnio de yeso y calcio
que si oye llover fuera es porque aún
reina una porosidad extraña. Todo está lejos.
Lo que se esconde detrás del horizonte
descansa tumbado en esta cama.

Dame tu mano, quiero ser tú,
habitar el rastro perdido de tus actos
cuando tu tiempo ya es otro,
pues ya me queman el olvido y la muerte
que esparcen tus manos.

Si al final no todo fuese en vano y mi nombre
se diese a la pronunciación íntima de las cosas
solo sería eso, una pronunciación, ya no un castigo,
y acaso ya no se mantendría erguido ante la puerta
esperando a que le abran. Pues de la materia
se conservan los fragmentos, pero del alma
solo el todo. Pero un nombre
jamás dice nada, apenas niega eso otro que uno es,
solo aniquila el pasado
en la plegaria definitiva en la que morir es ya
cada momento. Y si alguien dijese «¡no!», que vuelva
la vida gastada, los pasos en falso en las grandes ciudades
y en los pueblos. Así será la fuerza contemplada en su inacción
cuando finge la luz una nueva y oscura cantidad. Así serán
mis manos pasajeras, tu rostro eterno. Así será Dios,
porque es pura la plegaria, o la creencia fuerte. Y será muerte,
porque así es como ha de ser.

Como tienta la oscuridad incompleta lo que despierta,
ese residuo jamás trabajado en lo hondo de la materia
porque el vacío desequilibra. Como la mano labriega
que comprende que el cuidado de la planta
no ha de ser esclavo de lo vegetal. Como el ojo que mira
no ha de provocar tampoco lo que merece ver,
pues no es labor del alma el cumplirse, sino atravesar fronteras
y cruzar descampados hasta llegar a los campos de ruinas y saberse
vagabunda y esencial floreciendo en cualquier lado.