No hay presente ya en la esencia del lugar. Arde Castilla
como un océano de manso lodo que siglo a siglo
claudica como la voz del humo, enroscándose, colosal,
como se yerguen los cuerpos-colmena. Y cae también por su peso
hacia la mente, hacia la nada muda del mundo que apenas da
una vida en retroceso hacia la más profunda y primera y quizás única
ciencia. Arde, pero el sentido es lo único que se abandona
como la niebla se arrastra, como la muerte habla
en la sombra de cada surco, en la hoz de cada crujido.

Falta tiempo, tierra, párpado que se apresure a cubrir
la quieta semilla de las fuerzas audaces, ojo que no la vea
muerta y sin destino, alma que hunda hacia sí
más que su polvo y su arena. Ríos salvajes de lo roto
en cementerios de promesas. Eres la impaciencia,
el negro nervio, pero también la mansedumbre infinita
y la involuntaria protección de todos los techos. El cielo
de todas las bóvedas. El profundo espejo
de todas las materias. La resonancia como el tallo cuya altura
asciende encadenada entre lo puro y la miseria del llanto
que flota domado entre risas y, apenas ya, erguido
por la ligereza de lo vencido y lo extinto.

Y si los barros florecen, y si esta mezcla de pereza y tedio
ya solamente es el silencio de tu voz, y entonces
tu palabra vuelve a ser clara, dilatada y carnosa.

Si una fuerza aún nítida abarca lo que se da en retirada
es porque un canto grave da forma libre al miedo de las torres.
Sin ley, sin mentira ni comunión. Pensamiento del pensamiento
del pensamiento. Ciclo cerrado. Así que vuelve, hermano,
a hacerme desandar, que ya solo los otros nos limitan
con sus voces complacientes y agoreras. Que ya no es la misma guerra
lo que nos hace sentir al prójimo. No la guerra cruel de los daños
sino la que habita el regalo envenenado del cuidado. Pero arde
y ya tampoco es la mentira desgarbada ni el luto persistente
de las almas mesetarias. No es la vida acorralada sino el aire
lo que ahoga. Tanto aire que es tanta
verdad sin uso, cielo ignorable, turbia luminiscencia.

Eh. Ya a la vista todo lo cavado, todo el dentro,
todo lo que se fue sin fecha de vuelta. Ya expuestas
las condensadas sombras, la costumbre
del vacío, tubérculo de la nada. Y la desdicha.
Y ahora, hacia el viento, se siente desnudo
y soberano sobre un coro de barro
que nunca estuvo muerto.

Porque no es la guerra en donde yace intacta la posibilidad
de lo que falta. Ni es desprecio lo que a mi hombro se encarama.
No es la altura en la que convergen los pasos, formas del luto,
ni el apogeo mítico que devuelve el hielo a la escarcha. Es
cortar las raíces del tiempo, vender la tierra perdida, tener prisa
por encontrar el destino en lo inmediato. Y así
llaman a la puerta de cada casa y no es milagro
sino una intención cualquiera. Tierra que da más barro al barro,
y que se hace silencio primero en lo que no es tierra,
en ese horizonte sin aire. Solo esperanza que ya nada vivifica,
tiempo que nada curte, voz que ya solo ensombrece
un amanecer de piedras. Allí, en el confín más acabado,
allí, al largo paso que ya para siempre enlentece,
donde no cabe más desgaste en el tiempo
y nadie entiende que nada es riqueza
y que no es nada la riqueza.

Corrimiento o empuje. Nada es vida
y no es nada la vida. No se aprende a hablar
sino que llega la voz y se establece. Y baja al río.

Tu voz me llevó al cuerpo. Y el cuerpo al alimento
que es la voz de todas las raíces. Tu voz es las raíces.
El secreto indestructible de todas las transformaciones,
la luz que me rodea cuando no soy visto,
la nada que aún me basta para ser yo mismo.

Vas a llenarme de brezo y amapolas si este vacío
es ya el único lugar donde las almas no cambian solas
porque lejano es todo. Lejana es la muerte.

Y aún si donde nada se espera nada tarda. Si lo inevitable
es siempre inminente y la senda de la nada
lo ocupa todo y es el camino del ser. Hay en tu cama
una voz que ya nada contesta, pero que dice que lejanos son
los años perdidos. Y tan lejana es la muerte
que parece que la vida nunca será poca.