¿Cuál es la gloria de la vida, ahora
que no hay gloria ninguna,
sino la empobrecida realidad?
¿Acaso conocer que el desengaño
no te ha arrancado ese deseo hondo
de vivir más?

La gloria de la vida fue creer
que existía lo eterno;
o, acaso, fue la gloria de la vida
aquel poder sencillo
de crear, con el claro pensamiento,
la fiel eternidad.
La gloria de la vida, y su fracaso.

— Francisco Brines, Sueño poderoso

Se ha librado el tiempo de nosotros. De la insistencia vanidosa por la que cada juventud asciende  hacia cada torre, hacia cada rellano. Se ha librado el tiempo, dejándonos en las horas agotadas del reloj, en una espera imprecisa que no se mide con nada. Lo vivido valía por sí mismo, con independencia del momento, pero había que evitar el error de creer que el paso del tiempo era un ritmo que escondía la promesa de una eternidad feliz.

Para Kierkegaard la juventud se reduce a una serie de episodios superficiales, incoherentes, carentes de finalidad. Ahora el tiempo espera que los fracasados queden en sus garras sometidos al mismo ritmo en el que quisieron encontrar su liberación. Ser miembros de una máquina eterna. Acaso eso suponga que el tiempo borre el trauma, que el tiempo traiga cierto triunfo que disimule el fracaso anterior. Sin embargo algo terrible ocurre cuando el fracaso fracasa.

La vida adulta, como tal, no es mucho mejor para Kierkegaard. El deseo de vivir más, el reposo del hogar familiar son el espejismo hipócrita de las existencias que viven en un estado de evitación que disimula la insoslayable agonía de una relación con Dios marcada por una angustiosa contradicción.

Nos hemos librado del tiempo nosotros. Sin tener nada, fieles a nuestra misma aspiración, pero ya incapaces de apostar nada por ella. Es imposible saber si la excepción temporal vivida durante aquellos años fue un triunfo o un fracaso. La juventud es un logro espontáneo del que se pierden no solo las fuerzas naturales, sino la lucidez de la mirada. Es imposible saber si esa lucidez se pierde en su encuentro con el mundo humano de las cosas o si perece doblegada por una ley cósmica y universal de la decadencia. La ambigüedad que se extiende por todos los confines es el signo más claro de ceguera vital. O lo uno o lo otro, como reza el título de Kierkegaard: la imposibilidad de elegir entre lo que se es (asumiendo una concepción estética de la vida) y lo que uno hace para llegar a ser lo que es (asumiendo una concepción ética). La insuficiencia de las vida estética (y ética) y la subsiguiente ambigüedad vital no difiere mucho de la ambigüedad que presenta nuestra relación con Dios. La angustia de Nerón es una angustia que comparte Dios con cada ser humano. Nuestra disyuntiva vital es la herencia que la disyuntiva originaria en el momento de la creación. Algo que se transmite intacto a través de las propias leyes del cosmos.