• La obra de Balka manifiesta la persistencia de un elemento ahistórico que permanece constante en el trascurso de la historia. Se trata de una figura invisible que permanece intacta sea cual sea las causas y las consecuencias del paso del tiempo. Ese elemento puede caracterizarse como ausencia.
  • La ausencia es, en primer lugar, la materia prima de la historia. Lo que desaparece para dar paso a otra cosa. Pero no es la mera desaparición que deja espacio para lo que venga, sino un principio rector, un ritmo, un baremo, un código secreto compartido por todos los acontecimientos.
  • Conocer el pasado nos es más que un modo de disfrazar irónicamente la ausencia que subyace en todo. Lo importante de un hecho histórico no son sus repercusiones, sino el agotamiento de sus repercusiones. Lo relevante es que las consecuencias más notables no fueron más que los restos contingentes de algo que jamás logró manifestar su esencia. Lo mismo ocurre con los personajes históricos. De ninguno de ellos nos quedó ninguna esencia tal que podamos decir que su ausencia no es lo más genuinamente característico de su paso por el mundo.
  • La ausencia es la misma sea cual sea la causa. No es posible saber si importan de verdad las causas de la ausencia. El resultado siempre es el mismo, sean cuales sean los caminos. El Holocausto y la reconstrucción de una casa tan diferentes como similares en esencia, pues hay una ausencia común a todo. No es la idea abstracta de ausencia, es la misma ausencia real, algo que penetra como un gran monstruo vacío en el interior de todas las cosas. Ni si quiera el nacimiento de un nuevo ser está libre de dicha ausencia.
  • El horizonte de la ética por tanto no tiene nada que ver con un daño. El dolor es una variable muda que solo es posible entender si comprendemos de manera fiel el conjunto original de posibilidades. Esa es la única manera de evitar que la violencia se ejerza solamente contra una voluntad, para que podamos decir que se ejerce contra la vida.
  • Nuestros recuerdos son las imágenes que nos impiden ver el conjunto de posibilidades que éramos. Por eso si recordásemos de verdad no recordaríamos más que la forma de un silencio, el resultado de una censura que actúa desde el inicio.
  • Son las distintas maneras de constitución del sujeto ético lo que determina las formas de respeto que tienen sentido y las que no. Ese es el necanismo propio de las crisis morales: no se manifiestan primero como crisis de respeto, sino como una cierta evolución de las formas de individuación que al convertirse en dominantes y actuar durante un cierto tiempo se convierten en crisis comunicativas y de respeto. Esa es una de las razones por la que los mecanismos de la barbarie son indetectables y no son criticables: se derivan de formas de individuación que son moralmente intachables a pequeña escala. La gravedad que presentan ciertas dinámicas sociales imperceptibles también está en múltiples lugares de la obra de Balka.
  • La propia definición nunca se realiza mediante acciones. Cuando nos encontramos obrando  buscamos el amparo de la libertad. Queremos creer que somos el producto de unas decisiones. Pero esas decisiones no tienen sentido si no se percibe con claridad el conjunto de posibilidades. La libertad no es el fundamento de la ética, lo es la imaginación, pero esta no es solo la capacidad de pensar posibilidades, sino la capacidad de vivir efectivamente en las mismas.
  • La obra de Balka se desarrolla en la línea que nos impide ver esas posibilidades. Tomar una decisión frente a las obras es entender cómo cada acto que elegimos censura las posibilidades siguientes. No es la consecuencia, es la propia imagen del hecho lo que nos bloquea. Cada acción humana lleva inscrito el ruido de fondo del Holocausto.
  • Vivimos a través del mito de la vida única, pero nuestras vidas no son únicas, porque están compuestas de ausencia. Esa ausencia no nos sirve tampoco para sentirnos en compañía con los demás. Los demás se presentan como ausencias. Somos insustituibles [1], pero nuestra individualidad se transforma en lo que puede mostrarse como equivalente.
  • No hay tampoco unidad en lo abierto, en lo que se define por el conjunto de posibilidades. Así se organiza la experiencia real y legítima de ser insustituible: se nos hace creer que es más insustituible cuanto más identificable sea. Eso es trasponer la instrumentalización de la visión exterior.
  • Por eso, el individuo mítico, en su identidad perfecta no es más que un amasijo de ausencias ajenas. Para los demás, el individuo mítico es la manifestación una virtud concreta y fuera de esa virtud carece de identidad. Tanto más vale cuanto más claro representa un ideal único. Asimilamos de esa forma, animalmente, instintivamente, por el hecho de vivir en una sociedad de contagios, esa idea subyugante de la insustituibilidad.
  • La fragilidad en el transcurso de la historia tiene que ver con el hecho de que todas las instituciones son la idealización de una faceta de lo humano y se enfrentan a la imposibilidad de una comprobación directa de la vida. La fragilidad de las instituciones sigue siendo la fragilidad de la vida. Pero esa fragilidad ya no es la fragilidad de la vida física sino la fragilidad del momento en el que nos sentimos vivos.
  • Proyectamos la finitud de la muerte sobre cada acto cotidiano, el reclamar una vida única supone circunscribir la circunscripción anterior, limitar la limitación, comprimir la compresión. Introyectamos esas semillas de muerte como una vacuna, eludimos la angustia —sin saberla distinguir del pánico— generando una presión de fondo fácilmente disfrazable mediante el placer.
  • Siempre hay una forma de placer que actúa como molde. Eso es el trauma positivo. Estamos determinados por una identidad social operable a través de descargas hormonales que no necesitan medirse químicamente, sino que pueden adivinarse en nuestros más insignificantes comportamientos. Eso, junto con la tiranía de la imagen, es lo que culmina la constitución de nuestra sociedad globalizada en una institución total.
  • Hemos de saber escondernos en el placer-hueco-molde al que reducimos la idea del hogar y del habitar. Solo queremos renacer en los lugares de paso. Conocer lugar nuevo, imaginar un universo inagotable y autónomo en unos escenarios que no pertenecen a ningún mundo. son meros habitáculos.
  • Hacemos nuestro lugar en el mundo como un mero entorno de objetos o dispositivos capaces de producir en nosotros formas repetidas de placer que nos bloquean. Ser ciclos, bucles controlables, a eso aspiramos y para eso nos sirven de igual manera el aparato cuyo botón le hace comportarse siempre igual, dócil ante nuestro deseo, que la imagen —física o mental— de nuestro pasado que con la misma docilidad está dispuesta a provocarnos el mismo placer a fuerza de recordarnos cómo, en aquel momento del pasado, supimos o pudimos representar o asistir a una forma de ideal fijo y estable al que nos gusta regresar a través del recuerdo.
  • El trauma positivo es una marca social que el individuo lleva con el orgullo de pertenecer a un grupo que establece sus juegos mediante la ejecución de la ausencia. El placer repetido es un trauma positivo cuando no hay más esperanza que esa, el placer repetido. El placer no es el contrapunto que neutraliza el dolor repetido, sino lo que nos separa de la experiencia abierta de lo insustituible. Lo que nos hace producir las imágenes mediante las que ocultamos el mundo de las posibilidades. El trauma consiste en ser seres desprovistos de las oscuras indicaciones y los escasos matices que hay entre las distintas formas de placer y de dolor, que desconocen lo que son y cómo pueden comportarse.
  • ¿Puede reconstruirse una casa? ¿Puede llenarse de vida dos veces algo?
  • La individualidad es siempre algo contingente y fruto del azar. Somos únicos apenas porque tiramos los dados, y más frecuentemente por la mezcla de circunstancias azarosas que concretan unas diferencias que jamás habríamos deseado como propias. Nunca es nuestro camino, siempre es el único hueco que encontramos.
  • Escucha siempre tus pasos.