Cuando el lenguaje ha permanecido
en el reino de un pueblo, es un lenguaje
encarcelado en las rutinas colectivas
porque el lenguaje se hace libre en la soledad.
Un ser lo suficientemente paciente
crearía un lenguaje, si tuviese
un órgano de lenguaje.
Su voz posible se duplicaría en su mente
y se haría diálogo. El único diálogo.
Nunca recuerdan ya las montañas los abismos, ni los abismos
las fronteras. Ya las manos que tocan ignoran que la caricia
no es el tacto, no es una sensación, no es un gesto,
sino un horizonte ante el que hace falta saber imaginar
un más allá y una verdad. Es una ley universal que se retuerce
en el aire.