No puedo pensar que morirás, soy incapaz
de verte entre las nieblas de lo que soy, sí
puedo verte entre otros brazos, verte cambiar
de vida olvidando lo viejo, cuando mis ojos
confinados en el desván de su odio injusto aún ven
también que esos montes, que esas laderas sobrias
reverdecen entre las cúpulas del rocío y la sal
viva del silencio. Ven que ha pasado pronto
el tiempo y que la misericordia de la luz confiesa
que no hay fuerza suficiente en el mundo
para entender tu ausencia como un hecho
probable en la materia. De qué letargo de átomos
se compondría esa visión que duele pensarse,
que me devuelve al duro invierno, al mes
en el que ya no completan los chorros de luz
la trama anárquica de lo que viste
a mi alrededor. Es imposible. No morirás,
porque no puede ya esculpir tus huesos
el tiempo. Porque la ruina de los huracanes
se detiene dócilmente ante la fértil espesura
de tu lecho.