No sabemos lo que es amar
y esta ceguera es cruel
cuando nos ponemos
frente a la vida.
Desterradamente amamos la misma infancia
que destruimos lentamente. La amamos
porque la destruimos, y de noche
no sabemos cómo llega la luz a ese fondo,
ni cuáles fueron los esfuerzos inútiles.
Si pudiese ser tu corazón
la casa de estos árboles volvería yo
a atar en secreto el cordel
de las aguas que doblemente reinan
en la noche.
Tras la rabiosa escalada
de las lumbres, oye, pastor: ¿no es acaso este cielo
el resto de un fuego abandonado? ¿No es el tiempo
el simple resultado de una fuerza cualquiera?
Pero no hay que buscar el río, ni tampoco el valle,
pues ellos también son el pantano y también el glaciar,
y aquí las nubes ya hablan como un sueño terso.
Siguiendo los rastros de mis pérdidas regresaré
a mis estados animales. Cada animal en su gran momento
vive la dulzura del augurio confuso y sabe
qué poco poderosa es la muerte.
Aquí se bebe el vino
que solamente es vino y nada más. Aquí se duerme tarde
porque tarde se vuelve a casa cuando en las calles
arden las noches enredadas en las rosas.
Ríos de luz, de piedras y de plantas, ríos de todo.
Aquí voy a decir
lo que nadie más que tú puede decir de cerca.
Allí vas a decir
lo que nadie más que yo puede decir de cerca.
Y así poco a poco el aire se hace respirable.
Y así solo nacer es suficiente.
Y a partir de ahí todo falta.
No sabemos amar. Pero viviremos
cuando las grandes amnesias celestes
suden en sus poros más íntimos
el silencio de las verdades quietas.