Los que intuyen la posibilidad oculta
de una lengua oscura y viva, una lengua otra,
también cantan y viven el pasado
como un silencio creciente. Y aunque voz
es la memoria de la leña que arde
y de la leña que se pudre en las balsas
más dañadas de los cuerpos, se sabe
que un sigilo persistente lo roe todo
hasta que todo se derrumba. Cantar
es llevar las palabras sobre las formas,
descubrir en el aire lo que nunca
podrá decirse. Así canto. Todo pasa a mi lado
y sé que no despertaré, sé que ya he escrito
más que suficiente sobre el negro
de mis viejas tintas, sobre lo viejo
de mi único sentimiento, sobre la fuerza perdida
de mis debilidades confusas. Quieto. Sé
que en cada río dorado yace muerto
un viejo escalofrío de piedra
y que eso es el manjar
de la nada más hambrienta y dulce,
que ese es el beneficio de los sueños
inconscientes y sutiles, el aire
más respirado de todos los aires, el
más gastado, el que se deposita y vibra
expresando la caducidad de lo dicho
desde el mismo momento en que se dice. Callar
es vivir más profundamente hacia la vida,
decir lo que nunca podré decirte sabiendo
que la coronación de los verbos
es solo esa palabra que descubre
la inutilidad del idioma. Callar es respetar
la alegría que mereces. Cantar es llevar
las palabras sobre las formas, hacer que las palabras
no puedan comprenderse en ninguno
de los mundos creados.