Quién
eligió sus palabras en la playa de Waterville,
en el viejo cementerio de Santiago,
en Epping, en Windsor o junto al lago
en Killarney. Quién pudo tener
cuidado cerca del sol, quién tiene paciencia
entre los muertos. Tiempo, tiempo, tiempo,
avalanchas de tiempo, tiempo y nada más
para aprender a poner las palabras
como se ponen los ladrillos. Tiempo,
si se nos pide que callemos,
que no vivamos. Pero cómo callar
si al sentir esta energía el mínimo temblor de su derroche
ya rompe todos los órganos y todas las membranas.