Puede ser hoy, cualquier día, un ahora o un conjuro sin tiempo,
una bruma viva que ocupa los descansos, lo lentamente respirado
que se agarra a todo con la tenacidad de la ley escrita.
Algo nos habla. Así nos crea el ser callado cuyas palabras
nos abrazan y sepultan. Así, estrecho, hacia el atardecer,
impone el camino sus distancias. Y al darnos cuenta, al retirarnos
en la huida en la que esa misma visión funde nuestros pasos,
en el hueco que se abre entre lo que no es fin ni es medio,
el ser todos los contrarios nos brota como la savia que se afana
en llegar al claro abandonado más allá de la luz y del tiempo,
al sitio en el que vale envejecer sin nada, hacia la carencia
que da hacia el existir, hacia el ser sin propiedad que todo lo resiste
y todo lo ahonda, pues allí hundido aún empuja hacia lo más bajo
y halla dignidad en su hundimiento, sabiendo que ver oculta,
que perecemos siempre hacia la luz más sincera, sepultados
por la inmerecida turbia intensidad de lo dispuesto.

Cuesta entender cómo puede una vida quedarse a medias
y que tal medida no surja ya de la enfermedad o de la muerte
sino de la propia forma de vivir, del mismo ruido. Entender
por qué siempre es incompleto lo que nos nombra,
lo que nos labra. Y por qué el miedo ya no oculta en vano
nuestras horas, sino que asciende como un ángel cruel
que nos protege con la prudencia excesiva de repetir siempre
la misma felicidad, las mismas ganas. Y no nos despedimos
no rezamos y hacemos del amor, apenas ya,
una vaga dependencia, una costumbre, un letargo,
una desavenida comunión de rutinas ajenas. Imposible
dedicación a las mediaciones pactadas. Por no mirarnos,
ya solamente reír. Qué mala compasión la nuestra,
salir de nuevo al mundo, a la calle, al sol del mediodía,
a esa mezcla de motores y música de tienda,
al vendaval impaciente del amor que tarda o el que te deja,
al circo de las apariencias y de la ambición y de las pulgas,
al reconcomio de saber que no faltó dinero ni faltaron amantes,
sino la vida y la astucia de entender en cada cosa
su desinteresada esencia. Única verdad íntima. Sabemos
que todas las vidas quedan a medias pero
tampoco eso sirve ya de consuelo.

Se dispuso: «Construid hasta sentir lo repetido
y destruid luego lo hecho. Domesticad las bestias
para que solo exista el falso honor de rendir sin cansancio;
y sea el mal logrado la cueva oculta que da cobijo
a animales que reposan sin el ritmo ni la intuición
del cambio, ufanos, llenos de todo». Y se entendieron así
los lenguajes de los desaparecidos. Cuando alguien dijo
haber visto el cuerpo de una mujer flotando en el río
pensando comprar su casa vacía a un buen precio.

La única visión de la estructura del todo, y la paciencia
de la muerte que en su espera se escinde inmodificada,
al dar igual mil años que una eternidad amurallada
si al fin y al cabo el tiempo se convierte en tiempo verdadero
y ajusta lo más sabio de su voz a esa injusticia
de cambios cabales, a esas economías de sensatez y ruina,
simples moradas de lo que necesariamente se equilibra.
Hasta que se sabe que aquella luz era una luz dañina,
que la soledad de tantas tardes oscuras y de zapatos húmedos
se volvía hacia una fuerza más débil, pero más exacta,
como la forma simple de una lumbre fría, como la pobreza
del tiempo que pasa sin cambios, como ese alma sin ideas
que no es, ya nunca más, la doble región donde todo surge
de la ceguera que es padecerlo todo y poner palabras
sobre palabras. No ha venido el hombre a este remanso
a ser puro sino a escoger la inercia que lleva al mismo punto,
a esa tierra sin fondo que es paz y locura, fuente y amenaza,
herencia y destino.

No terminará la guerra invisible, no se abrirá esa puerta,
solo recordaré unas mejillas manchadas por la sangre
de las libertades perdidas, la del gozo que no acudió
a nuestro encuentro. Siempre queda un miedo a todo,
una tristeza trémula y fundida, nada más que silencio,
nada más que rastro eterno de nada y de nadie. Por eso
hay palabras que son nuestra muerte común, nuestra tierra natal,
la hierba de todas las praderas esos años. Soy tartamudo,
pero son las sombras las que dudan
son las sombras las que tiemblan
ante la fuerza de este desastre ordenado y lento,
grandeza ignorada del desierto dentro de las cosas,
un abismo de carne y despedida,
un laberinto de almas fugaces
que jamás se encuentran.