La palabra descansa en esa música sin notas,
en lo indescriptible de la voz, en esa progresión
hacia lo inaudible donde las eses se mezclan
con un silencio que vibra entre dos columnas
negras. No voy a volver a intentarlo, tener voz
es confiar en los días sin pensar en el tiempo,
es llegar a tu corazón sin saber cómo funciona
el alma. Tengo el recuerdo de aquellas tardes tranquilas
cuando las nubes de pájaros proyectaban en el cielo
la compleja sensación táctil que ocurre cuando una voz
se añade por sorpresa al primer frío. Ser solo animales
hechos para una imposible labranza, para una
imposible cosecha, imposible pan. Es cierto el hambre,
pero también la necesidad amar, el destino inevitable
de querer nacer siempre. Si te hieren, si te dejan,
si sabes que no eres la verdad de sus relatos ni la soberanía
de sus profundos lenguajes, la generosa dirección de su voz,
si tampoco eres el hijo que soñaba tu madre, pero seguir
naciendo día a día. A nada llamaré vida, no me esperes,
llegaré tarde. Mugen los bueyes de regreso a la cuadra.
Ya no será mi casa. Esta ropa me quedará pequeña.