Ese tambor de ceniza, ruido suelto,
aire apagado que repta entre el moho.
Esa palabra que sella el silencio, ruido suelto,
estigma irredento de la nueva generación.
Sombras de mujeres que entran en los bosques
siguiendo los latidos de su corazón. Cruzan los ríos,
suben los montes, conocen los árboles. Pero es tarde:
hay un conjuro que los druidas ya nunca comparten.
Ese secreto resplandor distinto al de cualquier apariencia.
Esa muchedumbre de cuerpos resueltos, ruido secreto,
palabra ardiente que se deshace en la confesión.
Algo se ha perdido, algo que no vuelve, ese resplandor,
la eterna esperanza, una claridad tan llana
en la que nadie conciba ya un bien mayor.
Sombras de los seres que ignoran esa fuerza que no ejerce
sobre ellos ninguna acción. Tambor de hojas húmedas,
mañanas de barro, ausencias perfectas, presencias oscuras,
ceremonias de la luz perdida, druidas severos y silenciosos.