Estoy encontrando una ley tan absoluta
que tiemblan las leyes menores, tiemblan
desde la bóveda invisible de los soles
hasta los pies de mi cama. Tiemblan allí
donde cumplen las olas su condena
por todos sus peligros, tiemblan
las que se ahogan y las que flotan
y ya no en el mar, sino en la piel, olas de piel
como restos camuflados del final previsto del querer,
de este destrozo, de esta miseria de fuentes y de fuegos
que brota derrotada entre mis labios lentamente
cuando quiero saber qué es eso que tus sienes tienen
de innombrable. Pero estoy hallando esa ley
ante la que cada tarde tiembla el caos y triunfa
el silencio equilibrado de cada verbo. Y es que ya soy
lo que nunca dije, el teorema de los errores exactos,
la bandera de las leyes de las pieles y de los huesos
y la olas dobladas como las sábanas en un baúl, como
el cielo que se esparce entre el humo, como el ser
que en esta tarde se disuelve entre la nada
envenenándola. Toda tú eres ya la forma que se busca,
el color perfecto. Ya nada de lo que hagas
será mejor que tu propia existencia.