El último hombre
lo poseerá todo. Hasta entonces
siempre habrá una pequeña moneda.
Siempre alguien la guarda. No vale nada
y lo representa todo.
Quienes vean
automatismo e inercia
en la espontaneidad cotidiana
o en el fervor de las masas
serán estigmatizados.
En los campos de máquinas
ver lo sagrado en las cosas
no es posible sin mirar a través
del cristal de la muerte.
En el camino hacia la luz
ver lo sagrado en las cosas
no es posible sin mirar
a través del corazón de las gentes.
Cerraré los ojos, porque cuando veo
no recuerdo nada de lo que vi.
Tendré raíces negras,
porque cada nueva palabra no será más
que lo que no supe expresar de otra manera.
Mi respiración ya es la columna de fuego
de lo que quedará pendiente el día de mi muerte.
Los débiles construyen el mundo
que sufren. Por eso hay palabras
que solo se entienden en silencio y soledad
y mundos que solo se viven
en la pobreza de la experiencia.
En los ojos deseantes vemos lo inhóspito
de nuestra comunidad y nuestra tierra. Pero
lo que expresamos con una mezcla de miedo y esperanza
suena siempre como un reproche.
Nadie debe sentir ninguna forma de amor
prevista de antemano. Nadie debe vivir
en ningún jardín expresado.
A ese pantano profundo y quieto
nuestros pies se acercan pisando
una alfombra de grillos.
Cada imagen allí
es una estatua de sal.
Nadie debe expresar
lo que la totalidad de los seres
puede vivir.
Vivimos junto a un río cuyo nombre
desconocemos y hemos perdido la cuenta
de nuestras reencarnaciones.
No somos ni cuerpo ni alma
sino un amor que dicta
sus propias normas.