Sí, todo se ha vivido siempre como si en cada acto
de asomarse, siempre, se rompiesen las distancias
y no las olas en los acantilados. Todo vuelve
porque cuando es más grande la contemplación
es también más grande el eco. Solo lo nuevo
tiene el poder de devolvernos lo ancestral
manteniendo intacta la fuerza de su llamamiento.
No es posible caminar sin que cada paso presienta
el fantasma de un camino en el que las sombras
se encuentran. Después de mucho tiempo, se encuentran
mezcladas entre sí, entre distancias porosas, cuando
una gran detonación las espanta exigiendo su luz
y ellas se esconden. ¿Pero dónde pueden esconderse
las sombras si la noche no es más que una entre ellas?
No entienden de ritmos los que conocen la música
porque los sonidos son solo una derrota cuando una voz más pura
revienta como una placa de luz. Siente. Esa ligereza nocturna
que habla de calles tersas, dispuestas como un fractal
de tiendas cerradas. Cuando los encargados fuman dentro
como si no terminase nunca la noche, como si nunca
llegase el día.
Y de repente en todas partes, un temblor conocido
pero indescifrable. De nuevo la ausencia significa
solo el espacio para una contemplación
más dulce. Aquella mirada inmóvil, rígida
como una amenaza baldía. ¿Por qué se pueden hacer
añicos los añicos sin que jamás una partícula
confiese el objeto real de su deseo? ¿Hacia qué profanación
lenta de los humedales se dirige este clima desordenado
que viene de las cordilleras? Aves rapaces
guiadas por su instinto carroñero. Ya no regresan
las noches de la salud perfecta. Hay que
pisar los charcos de lo que nunca puede ocurrir.
Cierta solidez en la soledad, esa explosión de vacío
a la que conducen todas las luchas sociales. Lo colectivo
nos deja irremediablemente huecos, vulnerables, invisibles
para los que siguen destruyéndose en sus gestas
cotidianas. Mise en abyme. Microambientes
de facilidad compartida. Inquietud que se siente
alienada. A tu lado se disfrutaba algo que eras
incapaz de apreciar. Pero llega, siempre,
el mes de los misterios. Llega la luz a la espiga,
y el agua por fin contiene el vaso. Como la savia contiene en sí
todas las bifurcaciones. Todos los conductos. Una piel extraña
de la que surge
una meseta de capullos anidados. No hacen falta los caminos,
no hacen falta los pasos. Algún día vas a ver dónde están
todos esos años. El taxista apaga la radio y se oye durante un instante
el sonido de la luz intermitente. De la luz interminable.