Vuelve a su necesidad lo que aún no es cuerpo. Simple membrana
entre dos vacíos, frontera sin territorios, relámpago de silencio,
tensión solitaria con la que se agita la nada en su loca audacia
de desistir cuando teme ser lo eternamente conocido. Se oculta,
pliegues de una huida sin fin, como pasos hacia el pozo sediento
en el que se hunden los vértices de cada ausencia
hecha molde. Idea y forma del hombre. Siempre hay una leche,
una savia, un alimento más originario y fino,
una rendición pura, una acreción arquetípica que se eleva
como un aire radiante que todo lo ocupa y que se endurece
todavía vibrando. Siempre hay un vacío que llena el vacío
y una mano porosa que saluda y llora. Un papel escrito
con letras de barro que desgranan la profundidad más oscura
de esa piedra prieta y húmeda. Piedra, porque no es más
que el hambre endurecido hacia un alimento futuro,
hacia una forma inexistente, pero también augurio compartido
de seres que se desconocen. Así es. Cada átomo que existe
es una coincidencia entre dos almas distantes,
siempre separadas, ajenas, mutuamente solitarias,
entre un caos de tierras absurdas y falsas compañías.
Cada átomo expresa la ley general de los mundos posibles.
Cada átomo es la solidaridad de las verdades ausentes,
el testimonio eterno de lo que nunca será. La condensación
virginal de todas las hipótesis, la ruina de la que surgen
rendidas las mieses y el tiempo, las nieblas tozudas,
la fraternidad fértil, el sol, la planta y el niño.

La expresión más pura de los reinos de la vida,
el inabarcable delirio por el que encontramos un hueco
en lo fugaz, el conjuro por el que alargamos el tiempo,
cuando en verdad nada es lo que se vive. Levanta la mirada,
el cielo es ya tu losa, pero repite conmigo: «Aquí comienza
lo que no tiene forma». Aquí no hay dioses a la altura de la fe
y no hay más misterio en el mundo que la clausura. Aquí
se rebelan las ausencias y reina la anarquía de las sueltas
mansedumbres. Aquí la fuerza es un residuo, y el pensamiento
las pobres brasas de un fuego agotado y frío. No es rabia,
no se querellan los adentros, se pasea y cada camino es
el horizonte de sus orillas, el abandonado resto de cada destino,
cuando la distancia se descubre fiel a sí misma y a la norma de ir
desapareciendo, de no obedecer más que a lo que no obliga. Dilo,
pues fue incendiado tu lecho, se te expulsó cien veces de ti mismo
antes de que dijeses «yo», te despojaron de tantas esencias
que todo lo das por perdido. Eres la sombra del hambre del futuro,
la ferviente anticipación del fin del tiempo, pero quien habita
el consuelo de prevenir los males solo es un ser que se arrastra
por los interminables pasillos del palacio de su desconfianza.

Fueron días tan largos, tan lentos, tan enteros,
y todo se mostraba tan claro y tan real
que la ignorancia no era más que el augurio
de verdades esenciales. El simple desconocimiento
de lo innecesario.

Nunca más el mundo dio de sí cuerpos como aquellos
que volvían empapados y sonrientes, sabiendo de qué hablar.
Allí estaba la comida como si nunca faltase, la casa como eterna
y el mundo abierto, con el desparpajo de otro más allá, era santo.
Pero aquella santidad recortada no era la llanura amplia que surge
de lo que cada mañana despierta encerrado y que por esa sentencia
imparte una justicia muda. Lo que queda entre las ramas
del envejecer es el canto de la voz perdida en su pasión.
¿Pero alguien se avergüenza de ello? Acaso las mujeres
por cuyo silencio siguen naciendo los hombres, y cuya voz
es aún un coro glacial festejando esa fertilidad
que no es lo que nace, sino la fuerza que se reparte,
la forma de la luz niquelada en un secreto que pasa
de padres a hijos. Como fluye el vino en un primer rito,
a orillas de un mar insidioso que devuelve, lentamente, uno a uno
y convertidos en prismas de aire brillante, todos los cadáveres.

No les conozco, y si les conociese no ahondaría en los secretos
que hacen de sus tumbas el arca suprema de la vida, en el rito
que da a la vida una visión universal y clandestina. Pero volveré al volcán
y seré, rendido, la lava que busca en el cielo al atardecer la luz veterana.