Vuelvo, hacia el vacío en el que me hunde la verdad,
hacia la fuerza que todo lo paraliza. No entramos en la casa,
recorrimos el paraíso, un bosque, vimos atardecer en el lago
y allí quedó tu silencio, allí mi soledad perdida en la abadía.
Allí comprende, allí yace, allí habita un eterno resplandor,
un mensaje incomprensible encerrado en el tiempo y en el miedo
de tanta perfección sin conocerte. ¿Dónde estás?
¿Fue aquello el rostro de un dios perdido? Dime. Quiero
ser horriblemente humano, saber por qué mis huesos
aún caminan, recorrer una vez más esta abadía
y encontrar mi tumba nuevamente. Aún cuando sé
que no seré nadie y que a la orilla de nuevo tus ojos
solo ven el lago, una belleza de la que no formo parte.
Y acaso esa es la ley, acaso ese es el castigo del hombre:
no caminar acompañado ni comprender
la razón de tal castigo. Pero sé algo:
que nada merecen mis muecas, que nada sé querer
si no me habla. Por eso sé que nada valgo.

Si es posible nacer, cómo va a ser imposible resucitar.
De dónde viene tal indolencia, tal realismo
si no hay milagro más grande que el ya ocurrido.
Qué retorcida casualidad te crees, qué derecho ampara
tu presumida incredulidad si en Arcadia también la vida
es una flor y una constante resurrección. Si ocurre
que cada segundo hemos muerto mil veces y mil veces
hemos salvado ya no la vida, ya no la esperanza,
sino el universo entero, con todo su fuego
y todas sus escarchas.

Fallará tu nombre y se hará propio de las cosas,
y volverá su sonido al mero acto de reverdecer
y dará la orilla el espacio manso y la vida
ya vacía de deseo y de añoranza pondrá
toda la fuerza en ser canto de algo que es más que vida,
más que ser, es ese órgano superior,
el de todas las gravedades, el fundamento
que abre el tiempo al más allá de la paciencia.
son tus ojos cerrados, la ausencia de tu llamada.

Allí resplandece tu vida, la única que veo entera.
y sé que es el mapa de unos ángeles, el faro latente
de las almas vagabundas. Quiero ser tú,
tú, que crees en las cosas,
que eres la verdad que ahuyenta mis deseos
porque son tus ojos los que levantan mis muros
y necesito aún entender. Pero mi alma
ya solo es aire entre las casas.

Vamos. Caminemos tan al lado y tan a nuestro paso
que no exista jamás forma de tiempo en la que quepa esta alegría.
Aun si son tus ojos cerrados la ausencia de tu llamada.
Ven cerca, a esta vida en la que todo se ha hecho sentido,
a la urgencia de vivir a última hora
en la que el alma se esculpe hacia su cuerpo interior,
hacia el silencio que aún lo es de algo:
el de la carne que da al alma su último escarmiento,
Volvamos, que vuelvan a sonarnos esos nombres.
Muckross, Osterley, Pembroke, Menlo.
Perdámonos una vez más en cualquier lado.

Las columnas no sostienen, solo elevan.