Hay un otoño en el que se desnudan los mapas,
una estación que marchita cada región haciendo
de cada frontera un misterio invisible de pasos,
un rastro meridional de adioses sin rumbo,
un sextante de arrugas y estrías, de tiempos
mordidos por la reputación de las bajas esferas.
De plomos que lastran el vuelo, que agotan
los suelos antiguos y nuevos. Claras alamedas
que aplauden al río de todos los cauces.

Tantos trenes a ninguna parte, tantas
ciudades difusas entre tanto ir y venir por las mismas
calles, por las mismas cuestas de sentir lo mismo
cada día. Míseros finisterres si por cada ojo
no tengo más alas que un disturbio de yemas y de uñas,
ni más vuelo que la lucha de los aires que nadie
respira. Mapas distintos cada mil años. Y años
distintos siempre si cada mapa te desvía mil veces
de ti mismo. Mil escalas. Mil fracasos.

Las cenizas de los méritos aún ocupan el jardín
de las lealtades. Y así tarda una hora y otra
y no hay puntualidad ni rastro ya
del deseo condescendiente de los ojos puros.
Solamente una dedicación completa a un vago aquí
de rosas y jazmines. Ojos. De cada verdad extraigo mil formas,
y mil mentiras denuncio en cada imagen. Defiendo
la vida entera del inicio y la vida completa del fin.