No estoy ahí, dividido como un agua sin sentido.
Ese pánico es una semilla, ese pánico
hace que cada planta viva en mil mundos distintos
como el sereno poliedro de mil caras
que todo lo nutre.

Duerme a mi lado la quinta estación del año,
porque es un mes en el que nada florece y nada se seca,
porque a mi lado el tiempo se alarga inútilmente.

Vivimos tan cerca y tan de lado
y ahora tan de frente y tan lejos
que prefiero no entender cómo expresa
cada uno de tus gestos todas las verdades.

No estoy ya ahí. Al morir no se pierde la vida
sino la predicha eternidad
de todos los futuros. No sé por qué dijiste
que estoy ahí
si sabes que estoy aquí y sabes que estoy perdido,
que soy una casualidad domada, un fenómeno
que se repite en los mismos vacíos indolentes
y en las mismas cuevas de calor de una ciudad maldita.

No estoy allí, no digas eso
y abre ya la puerta de esta jaula
de fuego y de laurel. Allí como ausencia,
aquí como vacío, ¿qué es este estar en guardia
al qué llamamos vivir?

No voy a escuchar el eco que no acusa,
pero que tampoco salva. No voy a recordar las malas tardes
ni los largos paseos. No voy a llevar mi cuerpo
hasta la capilla sagrada de la temperatura y del olor
en la que se heredan cansadas las geometrías y el viento.

No voy a perder el tiempo cuestionando el tiempo,
quitando los suelos que se acumulan sobre mis techos
como una avalancha de lodos muertos, como una nada fértil
que me asusta.