Desconozco por qué hay algo que no volveré a ver. Ignoro el modo de luz que a eso incumbe y por qué hay una fuerza dentro de mí que describe un hueco de sombras que me lo recuerdan. Esas sombras me llevan a una voz, a un olor y a un clima. Me pregunto por qué la memoria abre ante mí este abismo, por qué solo sentí una vez la presencia de Dios y la belleza del mundo. Quiero saber qué clase de ser insensible soy. Solo sé que lo que me impide sentir ahora paz fue lo que rompió la paz de aquel instante. Me gustaría haber dicho otra cosa, haber comprendido el sentido de la tranquilidad, haberme desprendido de lo que en aquel instante me obligaba a ser algo que no podía ser. Quiero sentir qué es eso de vivir alla prima sin volver a hablar nunca en mi idioma.
En este mundo la palabra sobra. Parece que solo hace falta una tarde soleada, algo que haga posible un gesto, algo que nos libre de esa estúpida necesidad de futuro, de estas aburridas batallas de signos. Pero te escribo porque esta voz es lo único que te asegura que esa imagen no miente, que ese instante se filtra y que cambia la estructura de mis huesos y mis carnes. No hay ningún cáncer ni ninguna demencia que afecte a ese recuerdo porque ha llegado al extremo de cada fibra, al último mineral de cada fluido, a la oscuridad íntima de cada pigmento cuando estoy dormido.